Tecnología, formación y compasión en el corazón de una clínica universitaria
OPINIÓN
Dr. Francisco Espinoza V.
Alumni, Director Médico
Clínica Universidad de los Andes
En el corazón de toda universidad que forma profesionales de la salud, debe existir un espacio donde el conocimiento se sitúa al servicio de la persona. La clínica universitaria es un aula viva: ciencia, técnica y la vivencia del dolor se entrelazan para formar médicos que desafíen con integridad las encrucijadas que les planteará su profesión.
Hace 25 años, como estudiantes de primer año de la UANDES, veíamos lejano lo que hoy es una realidad. La transformación tecnológica en salud es innegable: inteligencia artificial, medicina de precisión, cirugía robótica, realidad virtual, hospitales remotos. El salto al futuro, que promete eficiencia y rapidez, comporta el riesgo de invisibilizar el sufrimiento y necesidad de los enfermos.
No se trata de una nostalgia romántica, sino de una advertencia lúcida: la técnica, por sí sola, no basta. Es también —y quizás, sobre todo— una forma de presencia, de juicio, de relación con el otro que sufre. Como el Papa Leon XIV ha comentado: “la auténtica sabiduría tiene más que ver con el reconocimiento del verdadero sentido de la vida que con la disponibilidad de datos”.
Sin compasión, sin ética, el conocimiento no sirve. Nuestra clínica tiene, entonces, una doble responsabilidad: entregar herramientas para el dominio de la técnica médica y, al mismo tiempo, cultivar la mirada cristiana que permita ejercerla con sentido. Ese equilibrio no es fácil. Requiere de reflexión y modelos concretos que lo encarnen.
Esa es la misión de quienes hemos tenido el privilegio de vivir esta universidad desde múltiples lugares: como alumni, docente, médico, investigador y hoy, en mi caso además, como director médico. Tras ese camino, una certeza palpable: formar médicos excelentes y profundamente humanos es uno de los actos más significativos que la universidad ofrece a la sociedad.
Hoy, esa tarea se proyecta hacia más desafíos. La Clínica crece: construiremos un nuevo edificio, ampliando las capacidades asistenciales y docentes. Queremos investigar, sumar tecnología de punta y preservar una identidad que ponga siempre a la persona en el centro. Para alcanzar esa meta —ambiciosa y necesaria— debemos sumar muchas voluntades. Estos sueños no son institucionales: pertenecen a quienes creen en una medicina que cure con ciencia y acompañe con humanidad.