El Rector se muestra orgulloso por la forma que ha ido tomando la Universidad. Pero confiesa que ha debido transitar sobre realidades cambiantes. Una, es el aumento de la secularidad; otra, la injerencia del Estado en los proyectos universitarios. Así y todo, afirma que avanzamos, “nuestra estructura es liviana, tenemos capacidad de adaptación”. Asegura que lo hacemos sin perder de vista el ideario fundacional y que la apuesta sigue vigente, la de “jugar en dos campos”: el de la excelencia académica y el de la fe. Le preocupa que el éxito en la admisión pueda dejar fuera a postulantes de sectores económicos vulnerables. Y aspira a que “la Universidad sea un sitio donde quepan personas de todo Chile”.

Rector ¿cómo duerme?

–Muy bien, gracias a Dios.

José Antonio Guzmán lleva doce años en el cargo y el tiempo le ha enseñado que no hay problema que no pueda ser remontado. “A medida que van pasando los años, uno va adquiriendo experiencia y se da cuenta que los problemas que uno ve magnificados cuando es joven —y ha habido muchos a lo largo de estos años— se han superado bien porque aquí hay un equipo humano fantástico”, dice. Su rectorado parece haber alcanzado velocidad crucero y ya encara la segunda mitad de su tercer mandato. Ha habido situaciones que lo han inquietado, como la reforma impulsada por la segunda administración de Michelle Bachelet, el estallido social de 2019, el desarrollo de la Clínica o el proyecto sobre el Financiamiento de la Educación Superior (FES) que se discute hoy en el Congreso, pero asegura estar contento con lo hecho e ilusionado con lo que viene.

Dirigir la Universidad es algo que me entretiene, es una cosa apasionante,” afirma este sobrio abogado de 58 años. “Hay rectores más exuberantes que otros”, admite. “Yo soy como soy” y su “modo de ser influye” en la manera en que guía la Universidad. “No soy un revolucionario”, aclara, como si hiciera falta. Basta escuchar su voz pausada, su rostro imperturbable y mirar su atuendo para ratificarlo: insiste en usar corbata y viste un traje oscuro a rayas. Muy lejos del verde oliva.

“A medida que van pasando los años, uno va adquiriendo experiencia y se da cuenta que los problemas que uno ve magnificados cuando es joven —y ha habido muchos a lo largo de estos años— se han superado bien porque aquí hay un equipo humano fantástico”

Le da orgullo, sostiene, “ver que este proyecto académico va cuajando en frutos y en resultados”. Cuando le pregunto si no siente que la Universidad ha perdido algo de la audacia que caracterizó el proyecto inicial, responde en dos fases. Primero dice que sí. Luego se recompone y sostiene que esa voluntad innovadora “puede haber pasado más oculta”, pero sigue existiendo.

Como si rindiera examen, enumera proyectos: la construcción de tres edificios con una inversión de US$ 60 millones (“no hay ninguna universidad en Chile que esté haciendo algo parecido”); el desarrollo del posgrado y la educación continua (“hace cinco años, el siete u ocho por ciento de nuestros ingresos provenían del posgrado; hoy día es más del 20 por ciento”); la consolidación de la Clínica y su transformación en una clínica universitaria (un proyecto al cual responsabiliza por “muchas” de las canas que pueblan su cabeza); la creación de la Facultad de Ciencias Sociales (“era necesario estar ahí con una marca muy clara de nuestro ideario, pues para nosotros esa disciplina no solo son regresiones y análisis cuantitativo de fenómenos, sino también el análisis de estos desde el prisma de la antropología que subyace a nuestro proyecto”); la incorporación al Consejo de Rectores (“fortalece una conexión muy importante con los problemas de la sociedad contemporánea, las situaciones que viven otras universidades y los discursos y discusiones intelectuales que se dan en otros lugares de la sociedad chilena”); el fondo basal otorgado por la ANID para desarrollar terapia celular en 2021 (“un reconocimiento de que la Universidad tiene pantalones largos en materia de ciencias biomédicas”); la futura construcción de la capilla universitaria para 300 personas en el corazón del campus (un proyecto que podría empezar a levantarse en 2026 y busca “darle importancia estética y plástica a una realidad fundamental de la Universidad: su conexión con la fe católica”).

“La inteligencia artificial va a plantear una serie de desafíos muy importantes para la Universidad. Van a cambiar modos de hacer en muchas carreras; varias de las que ofrecemos hoy día quedarán obsoletas”

Se define como un facilitador. Lo suyo, dice, no es imprimir un sello propio, sino “ser un impulsor del proyecto fundacional”. Lo que pretende es “acompañar” para que la institución desarrolle y madure las ideas de colegialidad, respeto a la libertad individual, afán de servicio, trabajo bien hecho y preocupación por las personas que identifica como marcas características de la Universidad de los Andes.

Su cargo le permite observar desde primera fila el debate en torno al rol de las universidades. Cree que el papel de estas no ha cambiado. “El rol principal de las universidades en todos lados es certificar a la sociedad que una persona tiene las condiciones para desempeñar un trabajo profesional”, indica. Añade otro que le parece clave: la maduración de jóvenes que llegan a estudiar con 18 años y encuentran aquí un sitio donde afirmar sus convicciones y decidir su proyecto de vida.

Las universidades ocupan una posición única que, sin embargo, puede ser desafiada en el futuro cercano, especialmente por medio de tecnologías disruptoras que ya han remecido a otros sectores. Corren tiempos que cuestionan muchísimos aspectos de la vida cotidiana y también a la educación superior. Al Rector le preocupa lo poco que se discute en Chile sobre las incertidumbres que rodean la labor universitaria. “A algunos les falta visión”.

El problema es que la universidad chilena está “entrampada en temas de financiamiento”, declara. Critica la forma en que se ha adoptado la gratuidad y el proyecto FES, porque ve que distraen a las instituciones chilenas y generan mayor rigidez y burocratización justo cuando debería ocurrir lo contrario. Esta “corriente estatizadora”, como la denomina, “es contracíclica respecto del momento que estamos enfrentando”.

Lamenta que el Estado, que “debería ser un socio”, ponga, a veces, piedras en el camino. “Hay amores que matan —puntualiza—. Demasiada injerencia del Estado puede asfixiar la autonomía universitaria, que es un bien muy valioso”. Así que, en lugar de flexibilizarse, pensar en el cambio y usar la creatividad, las universidades chilenas se pueden anquilosar. Las que tengan una estructura y gobernanza más pesadas sufrirán bastante, predice. Pero se muestra tranquilo: “Nuestra estructura es liviana y tenemos capacidad de adaptación”.

“Tenemos que formar muy bien a aquellos que van a ocupar posiciones de liderazgo en el país. La formación de líderes es importante y que haya universidades que tengan más capacidad de hacerlo es un aporte muy grande. Lo que pasa es que hay que formarlos con la sensibilidad y el deseo de contribuir al bien común” y que no vean el éxito profesional como único camino”

No es el único desafío. La Universidad de los Andes también ha debido acomodarse a realidades cambiantes. En primer lugar, a un hecho biológico: la generación de los fundadores se halla en retirada. Un proceso natural que, según el Rector, exige reafirmar y ser leal al proyecto fundacional. “La generación de recambio ha ido asumiendo muy bien el legado y debemos preocuparnos de formar adecuadamente la tercera generación”, apunta.
Esto último es algo que puede resultar más difícil en una sociedad que se seculariza rápidamente y se aleja del ideario fuerte de la UANDES. El éxito en atraer mejores intelectos –alumnos y profesores– puede constituir un desafío adicional. “La pista se hace más pesada a medida que la secularidad aumenta”, manifiesta. Tiene claro que la mayoría de los alumnos (y muchos profesores e investigadores) que apuestan por la Universidad de los Andes lo hacen porque ven en ella un proyecto de excelencia y que solo hay “una minoría” de estudiantes que la escoge para seguir creciendo en su convicción religiosa. “Debemos jugar en los dos campos”, advierte: el de la excelencia académica y el de la fe, que no aprecia como incompatibles.

Le inquieta otra amenaza que, paradojalmente viene de la mano del éxito. Desde hace ya unos años, la Universidad está segunda en el ranking de puntajes de admisión. “Eso refleja una percepción de excelencia respecto de lo que estamos haciendo”, indica. Pero, por otra parte, la selectividad puede dejar fuera a postulantes de sectores económicos vulnerables que no acceden a una educación escolar de calidad. Eso le preocupa, porque quiere que “la Universidad sea un sitio donde quepan personas de todo Chile”. Indica que “una parte importante” de la admisión especial se usa para “atraer gente que, teniendo todos los méritos académicos, a lo mejor viene de situaciones más desfavorecidas”.

–¿Somos una universidad de élite?

–Ese concepto tiene una connotación negativa con la cual no me siento cómodo— responde. Pero sí estamos atrayendo a mejores estudiantes y a muy buenos profesores.

–Se nos percibe como elitistas.

–Yo cuestiono el marco conceptual desde el cual se analiza eso. Tenemos que formar muy bien a aquellos que van a ocupar posiciones de liderazgo en el país. La formación de líderes es importante y que haya universidades que tengan más capacidad de hacerlo es un aporte muy grande. Lo que pasa es que hay que formarlos con la sensibilidad y el deseo de contribuir al bien común y que no vean el éxito profesional como único camino.

Hay que considerar que esta es una universidad que solo cuenta 35 años y que va a seguir desarrollándose en los años que vienen. En algún momento ingresaremos en el mundo de la arquitectura y el diseño. A medida que tengamos más recursos, podremos tener un Instituto de Música. No hay que apresurarse en quemar etapas. Eso va a llegar.

La excelencia a la que aspira el Rector supone mantener a la Universidad en un ámbito manejable. “Este nunca debería ser un plantel masivo”, aclara. Relata que hoy existen nueve mil estudiantes de pregrado y que, como máximo, se debería llegar a diez mil y a aumentar el posgrado. “La escala es muy importante para lograr esa cercanía con las personas que queremos conseguir”, afirma. El tamaño mediano “nos debe conducir a elegir bien nuestras batallas”, señala. “No podemos ser buenos en todo y tenemos que ser inteligentes a la hora de escoger en qué ámbitos vamos a desarrollarnos y a qué sectores a lo mejor no vamos a llegar”, expresa. No obstante, insiste en que la UANDES aspira a ser una universidad compleja, con docencia e investigación de alta calidad.

–¿Se puede ser una universidad compleja sin presencia en el mundo de las artes?

–Yo diría que no. Pero también hay que considerar que esta es una universidad que solo cuenta 35 años y que va a seguir desarrollándose en los años que vienen. En algún momento ingresaremos en el mundo de la arquitectura y el diseño. A medida que tengamos más recursos, podremos tener un Instituto de Música. No hay que apresurarse en quemar etapas. Eso va a llegar.


Serán otros los que tomen esas decisiones en unos años más. Pese a ello, piensa en los tiempos que vienen. Cree que habrá cambios severos: “La inteligencia artificial va a plantear una serie de desafíos muy importantes para la Universidad. Van a cambiar modos de hacer en muchas carreras; varias de las que ofrecemos hoy día quedarán obsoletas”. La respuesta, sugiere, es la flexibilidad curricular. Dice que “los estudiantes deben tener la oportunidad de ir diseñando en mayor medida su propio currículum”. Habrá necesidad de complementar conocimientos y adquirir, por ejemplo, una formación jurídica con una económica. Estima que lo más probable es que los currículos centrados en carreras formales se vayan diluyendo. Otra necesidad que identifica: darles a los alumnos la capacidad de leer el mundo, “lo cual se logra en buena medida a través de las humanidades y las ciencias sociales”.

Cree que la Universidad de los Andes tiene fortalezas para enfrentar el líquido mundo actual. Está convencido de que su modelo de gobernanza “de arriba hacia abajo” es una virtud. “Hay una estructura que parte desde arriba y facilita tomar medidas para que en los distintos niveles de gobierno se vaya replicando el modelo fundacional”, manifiesta. Explica que “la universidad no es una institución democrática, porque el conocimiento no es democrático”. El conocimiento está desigualmente distribuido, lo cual apunta en la dirección de una institución jerárquica que necesita ser leal a un ideario fuerte. Este debe ser resguardado, pero no convertido en estatua.

“Un ideario que no se hace cargo del cambio social es un ideario que no sirve (…)
Tenemos unas convicciones muy claras y coherentes con la enseñanza de la Iglesia, nos las tomamos en serio y las queremos transmitir”

El Rector comprende que el ideario puede ser entendido por algunos como una barrera. Sin embargo, insiste en que debe dialogar con la realidad social, de la misma manera en que lo ha hecho la Iglesia católica a lo largo de los siglos. “Un ideario que no se hace cargo del cambio social es un ideario que no sirve”, puntualiza. Advierte que “un ideario como el que tenemos no es ningún obstáculo”. Sin embargo, reconoce que la religión ha perdido terreno y que eso supone cambios y desafíos. “Yo me quedo con una forma de ver la sociedad que planteó el Papa Benedicto XVI”, afirma. “Él esperaba que la fe de la Iglesia iba a disminuir en número, pero iba a aumentar en vibración. Que se iban a producir en distintas sociedades pequeños grupos muy vibrantes que iban a tomarse en serio su fe y que, desde ahí, contribuirían a la reivindicación de la Iglesia. Me parece que en esa visión hay una cierta analogía con lo que esta universidad pretende: tenemos unas convicciones muy claras y coherentes con la enseñanza de la Iglesia, nos las tomamos en serio y las queremos transmitir”.