Para el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, las humanidades son más necesarias que nunca “porque además del papel que siempre han tenido en la formación de una vida humana con sentido, hoy tienen la función de restablecer los fines por los cuales realmente vale la pena vivir”.
Por Bárbara Olave Bentsen
¿Qué tan relevantes son las humanidades en un mundo cada vez más tecnológico?
Mucho, porque la tecnología, con todo lo de bueno que pueda tener, tiende a introducirnos en un tipo de racionalidad que es la instrumental, la de la utilidad, la de los medios. En cambio, los grandes fines de la vida, como la sabiduría, la cultura, las virtudes morales, partiendo por la que ordena la vida a Dios, requieren de un esfuerzo cotidiano, paciente y perseverante con conciencia de que, en esta vida, el fin no termina de alcanzarse.
¿Cuál es el papel de las humanidades hoy?
Las humanidades vuelven a situar al hombre en el orden de los fines, aquellos bienes que tienen valor en sí mismos. Todos los bienes, aun los útiles, causan cierto placer cuando se obtienen, pero los bienes que la tradición llama ‘honestos’, es decir, los que valen por sí mismos, permiten salir del vértigo del activismo en el que se vive cotidianamente y dan lugar a un goce ‘reposado’, que no obliga a estar pensando en el siguiente paso. Son bienes que se consiguen no solo por una actividad, sino en ella.
¿Por ejemplo?
La contemplación es un fin en sí mismo. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles repasa los bienes que podrían causar felicidad y descarta rápidamente, casi con fastidio, los bienes económicos. Esto se debe a que los bienes económicos son útiles, es decir, se desean para lograr otra cosa, y por ello, si no cumplen esa función, se desechán.
¿Lo que no es de utilidad se desecha?
Sí, y esto no es un problema si el bien desechado debe ser útil. Si tengo un lápiz que ya no escribe, lo boto. El problema surge cuando se desechán bienes que se les exige utilidad, cuando deberían ser valorados en sí mismos. Esto ha llevado, como señala la filósofa Martha Nussbaum, al cierre de muchos programas de humanidades en el mundo, ya que se consideran “ornamentos inútiles” sin utilidad para la competencia en el mercado global. No se reconocen por su valor intrínseco, sino que se les juzga únicamente por la utilidad que prestan.
¿Estamos en un momento en el que más se necesita a las humanidades?
Su relevancia es aún mayor que en otros momentos de la historia, pues, además del papel esencial que siempre han tenido en la formación de una vida humana con sentido, hoy tienen también una función remedial: poner los medios en su sitio y restablecer los fines por los cuales realmente vale la pena vivir.

Entonces, ¿existe una revalorización de las humanidades?
Están lejos de una revalorización seria. En cualquier caso, son algo que el hombre lleva muy dentro de sí. Cuando las sociedades y las culturas logran quitar de encima la hojarasca que impide respirar a la raíz, esta crea brotes nuevos y fuertes. En esto hay que trabajar: en permitir que la raíz humanista que se esconde en cada persona pueda respirar y echar brotes.

¿Qué oportunidades existen entre las humanidades y el mundo digital?
El mundo digital es una herramienta fantástica para desarrollar y comunicar el conocimiento propio de las humanidades. Los textos disponibles, los sitios de conversación, las ideas que pueden comunicarse por las redes y las iniciativas de promoción de las humanidades son medios que, bien aprovechados, nos abren posibilidades que hasta hace poco eran impensables. Y son medios que no hay que desdeñar, aunque hay que ser precavidos, porque es muy fácil perderse en el tupido bosque que forman. Con ‘estudiosidad’, que nos evita la malsana y poco enfocada curiosidad, el mundo digital ofrece oportunidades muy interesantes.
¿Qué fenómenos sociales pueden explicar la vigencia de las humanidades?
Las humanidades sobreviven al paso del tiempo porque su semilla está plantada naturalmente en los hombres. Como decía Aristóteles, “el hombre desea por naturaleza saber”. Por eso, es muy difícil que se eviten permanentemente ciertas preguntas que tienen relación con el corazón de una vida humana: el sentido de la vida, Dios, el bien y el mal, la belleza, la vida en comunidad, etc.
¿Y cómo favorecer su desarrollo?
Las condiciones sociales que favorecen que esa semilla brote son varias. Primero, fomentar la fantasía en los niños. Chesterton decía que la fantasía era la metafísica de los niños. Y la metafísica es fundamental para la vida, pues nos hace entender que la realidad no se agota en el dato empírico. Segundo, desarrollar el gusto por la lectura. Tercero, cultivar el gusto por la buena conversación, aquella capaz de tratar cualquier tema, pero con altura de miras.
¿Qué obra recomendarías para pensar en los problemas importantes de la sociedad?
Recomendaría cualquier libro clásico, inclinándome por los literarios. Se puede partir con alguno de Sófocles, como Antígona, hasta uno contemporáneo como Cristina Lavransdatter de Sigrid Undset, pasando por romanos o algún medieval —sobra recomendar la Divina Comedia de Dante— o por los españoles del siglo de oro o de algún autor de la Inglaterra isabelina —Shakespeare es un gran conocedor del alma humana. Para qué hablar de la literatura del XIX. Cualquier clásico literario nos pondrá en un cara a cara con los asuntos centrales de la humanidad. Si a los clásicos literarios se añaden algunos de filosofía y de historia, tanto mejor.