Amistad cívica

El enfrentamiento social de octubre de 2019 invita a reflexionar sobre este concepto aristotélico y la importancia de recuperarlo para seguir adelante, como explica la directora del Instituto de Historia, Bárbara Díaz.

En la historia de las ideas políticas, el binomio amistad-enemistad es una constante”, plantea Bárbara Díaz, doctora en Historia por la Universidad de Navarra, España. “La idea de la sociabilidad natural permite hablar de amistad en el ámbito de la comunidad política: esta constituiría un tipo particular de sociabilidad, no un simple conocimiento o un simple ‘estar ahí’, sino una búsqueda consciente de aquello que es común”, plantea.

Si bien la justicia es la virtud social por esencia, pues se dirige siempre a “otro”, a quien se ha de “dar” lo que le pertenece, la amistad cívica perfecciona este hábito, pues no se contenta con la mera justicia conmutativa —doy para que me des— sino que va más allá, a compartir: pero presupone la justicia, pues no se puede ser amigo si no se es justo con él.

Bárbara Díaz, directora del Instituto de Historia
¿Cuál es el origen y cómo ha evolucionado el concepto de “amistad cívica”?

La idea de “amistad cívica” o “amistad política” es de Aristóteles, quien la desarrolla en la Ética a Nicómaco. Para él, “la concordia parece ser la amistad en la ciudad, que es el sentido ordinario del término, porque se aplica a los intereses comunes y a las cosas pertinentes a la vida”.

Esta idea aparece luego en Cicerón y, en el siglo XVI, Francisco de Vitoria la universaliza: todos los seres humanos, por serlo, están llamados a una suerte de amistad, que los lleva a la sociabilidad y a compartir bienes, tanto materiales como espirituales.

Por esa época surgen teorías que hacen hincapié en el conflicto, en la lucha como estado natural de los seres humanos: el paradigma es Hobbes. Y en el siglo XX, Carl Schmitt profundiza esta idea afirmando que “la distinción política específica […] es la distinción de amigo y enemigo”.

Bajo este prisma, ¿qué reflexión hace sobre los antecedentes que llevaron al estallido social y su desarrollo posterior?

Si bien el llamado “estallido social” tiene múltiples causas, un factor no despreciable es la falta de amistad cívica, la escasa concordia o “unión de corazones”, esencial para la cohesión social. Los chilenos hemos dejado de compartir bienes, nos hemos encerrado en el individualismo, y eso nos ha hecho mirarnos unos a otros como enemigos, reales o potenciales. La epidemia no ha hecho sino profundizar esas brechas, que son más difíciles de cerrar en un momento tan crítico.

A través de la historia ¿existen otros sucesos que puedan iluminar estos hechos?

Hechos que rasgaron profundamente a las sociedades, como la guerra civil española, pueden dar luces sobre nuestra crisis. En los años previos a la guerra, la incomprensión entre los bandos fue tan grande, que no era posible diálogo alguno, simplemente había que derrotar al adversario e imponer la propia forma de pensar. Después de la guerra, lamentablemente, también se impuso la lógica de aplastar al enemigo, de la venganza, el exilio, la muerte. Eso explica por qué aún se lucha por la imposición de la propia memoria histórica. Deberíamos sacar lecciones de hechos como este y rectificar rumbos.

¿Cómo se recupera la amistad cívica y se avanza hacia el futuro?

Si se considera que una sociedad está poblada por grupos enemigos —pobres y ricos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres— la tentación para el gobernante puede ser simplemente controlar los impulsos negativos que impiden un mínimo de paz. Pero ello no es suficiente. Se requiere mucho más de la auténtica política, de un diálogo que escuche las razones del otro e incorpore lo más valioso de las visiones contrapuestas.Por otra parte, este proceso de recuperación de amistad cívica no ha de ser exclusivo de la clase política: cada ciudadano es responsable de desarrollarlo, poniendo lo que tiene para dar en beneficio de los demás: para algunos serán bienes materiales, para otros, empleos, otros cooperarán con su sabiduría, y los más, con un servicio oculto, pero siempre extraordinariamente eficaz.